jueves, 1 de marzo de 2012

El bueno y el feo del malo


"tremenda, la vida
te hará enseguida,
a base de palos,
un hombre malo,
un hombre bueno.
Los buenos perdonamos,
los malos pierden menos"

Juan Carlos Aragón

Si algo me dice la experiencia es que no se puede ser bueno con los demás. Te toman por tonto, se aprovechan de ti, y sólo necesitarán de ti que hagas algo por ellos. Si tienes intención de ser algo más que su amigo, no sirve de nada ser bueno con una chica, pues en el momento en que vea un simple atisbo de bondad, ella lo asociará con amistad, y una vez cruzado el umbral, ya nunca jamás se vuelve atrás. El viejo cliché de que las chicas prefieren al chico duro, aquél que no las trata del todo bien, el chulo, el insoportable, el pasota, no lo es tanto, pues es una realidad. A pesar de que juren y perjuren que buscan a un chico bueno, que les haga reír, que les sea fiel y que estén pendientes de ellas, a la hora de la verdad, es mentira. Ellas quieren estar con el chico malo y soñar que él cambiará por ellas. ¡Incluso que serán ellas quienes lo harán cambiar! Sin embargo, en el fondo saben perfectamente que el final de la historia será que él desaparecerá sin dejar rastro ni razón, pero eso a ellas les da igual. Habrán intentado cambiar al chico malo. Tras esto dicen que su corazón ha sido maltratado, y es cuando afirman querer encontrar al chico bueno. Pero, incomprensiblemente, acaban de nuevo con el malo. Y el chico bueno, que hace todo lo que puede y más, sacrificándose porque simplemente busca encontrar la felicidad de esa chica, al final comprueba que ha estado perdiendo el tiempo, y la tarta de sus ilusiones acaba estampada en su propia cara.

Al bueno nunca se le perdonará un error, una equivocación, una maldad. Precisamente por eso, porque es bueno. Todo lo que haga ha de ser bueno, sin deslices de ningún tipo. Y en cuanto comete uno, se le dan palos hasta acabar con él. En cambio, al malo, al pícaro, al que no piensa en los demás, al egoísta, se le perdona todo lo que haga. No importa cuántas cosas malas haga, porque siempre será perdonado. Juega con la bondad de los otros, y, como se ha dicho anteriormente, se aprovecha de ella, haciendo y deshaciendo a su antojo, sin reparar en los sentimientos de los demás. Con un simple “perdóname” lo quieren arreglan todo. ¡Y vaya si queda arreglado! Pero es un perdón vano y vacío para él, porque a la más mínima ya está cometiendo otra fechoría, a sabiendas de que aunque será juzgados nunca será condenado, y sí siempre absuelto.

El bueno siempre sufrirá, porque se preocupa por los demás, haciendo de la felicidad a su alrededor la suya. Él es feliz haciendo feliz a los demás. Hasta cierto punto, pues también el bueno necesita sentir que alguien le procure felicidad. Pero sin duda alguna, de manera mucho menos egoísta que el malo. El malo piensa en su felicidad, cueste lo que cueste, y sea cuando sea, sin pensar en los demás. Y si se parase a pensar en ellos, en el mismo instante se los pasaría por los mismísimos.

Todos sabríamos dar ejemplos, y por supuesto, nombres, pues todos tenemos conocidos. Y aunque suene imposible, también amigos. Ellos, los malos, seguirán con su mismo comportamiento, porque saben que los buenos siempre estarán ahí, a su disposición, dispuestos a hacer cualquier cosa. “Lo llamo a él, que seguro que lo hace”. El malo siempre encuentra a gente que esté dispuesta a ayudarlo, y además, dada la naturaleza del bueno, con gusto. El bueno siempre ha de estar preparado para alguien. Pero cuando necesita a alguien, nadie está preparado para él.

Mientras el malo es feliz, no se acuerda de nadie más que de sí mismo. Mientras el bueno es recordado por todos él es feliz. Cuando el malo está triste, tiene la compasión y la ayuda de todos. Cuando el bueno está triste no encuentra consuelo ni ayuda, pues, al no acordarse nadie de él, ni siquiera saben cómo está.

Y no es que uno sea bueno y haga feliz a los demás. Y no es que uno sea malo y sea egoísta. Es al revés. Lo que hacemos nos define. Por eso, es curioso que queramos bondad pero cuando la encontramos la despreciamos. Así va el amor. Así va el mundo.

domingo, 26 de febrero de 2012

Cumpleaños feliz


Cuando lo necesitas se te escapa entre dedos, irremediablemente. A veces parece esconderse de ti. Siempre va por delante en la carrera, siempre. Y se hace inalcanzable; velocísimo corredor, no se detiene nunca, ni siquiera al llegar a la meta, si es que para él existe alguna.

Cuando no lo necesitas, está ahí, aguardando a que lo uses. Se muestra adormilado, tranquilo, perezoso, sin ganas de moverse. Ni siquiera un amago de movimiento, o un atisbo de empezar a marchar.

Cuando lo necesitamos, queremos detenerlo, o al menos hacer que pase más lentamente, o mejor aún, que lo haga a nuestro antojo. No queremos que se diluya, no queremos que amanezca o que anochezca. No estamos interesados en medirlo, porque no queremos saber cuán rápido va, porque no queremos saber que se esfuma.

Cuando no lo necesitamos parece cumplir nuestro deseo de detenerse, o de aminorar la marcha. Parece tirarse a descansar, y asegura haber visto hace poco al sol y a la luna, a ambos, y que verlos de nuevo se le antoja repetitivo, pero que no se cansa de descansar bajo su atenta mirada. Las manecillas parecen pelear por llegar la última a los diferentes números.

Caprichoso, es dueño de nuestras vidas. A veces no nos lo parece, pues vivimos sin prestarle atención. No nos interesa, es algo que podríamos calificar de inútil por la nula atención que le mostramos, y jugamos a perderlo, sin saber que es él, piadoso y sabedor de que en algún momento suplicaremos por tenerlo, quien nos permite que juguemos con él. Es cuando no lo necesitamos.

Certero, rige cada decisión que tomamos. Puede ser nuestro mejor aliado, actuando de forma bondadosa, haciendo sentirnos bien, tan bien que nos creemos felices. O puede convertirse en nuestro peor enemigo, y sentir como se nos clavan los puñales del dolor, o peor aún, los clavos de nuestra propia tumba. Es cuando lo necesitamos.

Cada uno tiene le da una importancia diferente: hay quién vive pendiente de unos segundos: todos los que un beso tarda en nacer de una boca y morir en otra, mientras se revuelve peleando en los labios por no fallecer; de minutos: los que se pasan mientras suena la canción que nos envuelve hasta el punto de cerrar los ojos y llevarnos dejar; de horas las que se pasan con tu amante en la cama, sin hacer nada más que estar juntos, y lo que tenga que pasar que pase; de días: los que ya han pasado sin recibir aquella llamada… Incluso años: los que tardan algunas heridas en cicatrizar.

Nosotros creemos manejarlo a nuestro antojo, y según lo necesitemos o no, y a veces sin saber cómo convivir con él, lo medimos, y luego, en vanos intentos, pues su paso es implacable e imparable, lo arañamos, le robamos, lo vivimos, lo matamos, lo aprovechamos, lo pasamos, hacemos que corra, lo invertimos, lo perdemos, lo ganamos.

Carente de preocupación alguna sobre lo que va dejando a su paso, si floridos montes o campos arrasados; si fértiles y adorables tierras o llanuras desiertas, no sabe o no quiere saber, pues ni le preocupa, si con él vino la esperada agua de mayo o si se paseó el temido Othar.

Al tiempo, testigo mudo de todo lo que pasa en el mundo, nada, absolutamente nada le levanta la curiosidad, sin saber que es el que manda en el mundo. Pues nos hace olvidar, querer, enfermar, curar, ganar, perder, salir, entrar, escribir, cantar, llorar, reír, conocer, ignorar, organizarnos, aburrirnos, entretenernos, desesperarnos, despreocuparnos, echar de menos, hartarnos. Nos hace vivir, y nos hace morir. Sobre todo nos hace morir. Porque envejecemos a cada paso que da en su camino sin retorno. Y a nadie le gusta envejecer. Por qué si no celebramos el cumplir años...

miércoles, 8 de febrero de 2012

Ajustando cuentas


no se puede vivir por encima de las posibilidades: utilizando el crédito ya no vivo por encima de las posibilidades, sino que aprovecho las posibilidades
José Luís Sampedro

Que hay un buen número de banqueros que son unos desalmados no es ningún secreto. Ya no nos sorprende ver en las noticias un titular que reza que alguno abandona su caja o su banco con unos cuantos millones asegurados. Nos limitamos a ponerlo de vuelta y media, resoplamos, nos resignamos, maldecimos al maldito sistema, nos acordamos de su familia y le auguramos un futuro no muy halagüeño. Mientras, se nos enfría la comida en la mesa.

Cuando vemos esas noticias, y pensamos en todo el dinero que tienen ellos y el poco que tenemos nosotros, sólo hace que nos sintamos aún más furiosos, y hablando entre dientes, la comida del día es nuestro consuelo y silenciador. Porque nos entran ganas de enseñarles cómo se vive con muchísimo menos dinero, queremos invitarlos a un intercambio de vidas con la áspera frase de “a ver qué harían ellos con mi sueldo”. ¿Queremos que ellos vivan como nosotros, o nosotros queremos vivir como ellos?

Cada vez que alguno de los banqueros españoles sale en las noticias porque se ha asegurado su futuro y el de su descendencia (a veces el llega hasta los tataranietos), desearíamos tenerlo delante para decirle un par de cosas a la cara, y trataríamos de avergonzarlo y de que se sintiera culpable, haciéndole entender que todo el dinero que se va a llevar él lo necesitamos los demás, que hay gente que no llega a fin de mes hace mucho tiempo, que hay niños y ancianos siendo desahuciados. Intentaríamos que pensasen en las consecuencias de sus decisiones, que fueran cabales y racionales, y no viscerales. Y no nos faltaría razón. Por supuesto que no. Pero tampoco las tendríamos todas con nosotros.

Somos tan culpables de esta situación como ellos. A veces incluso más. Pero ellos han sido más listos que nosotros. Cuando eran tiempos de vacas gordas, supieron cubrirse la espalda pensando en este tiempo, el de las vacas flacas. Nosotros no. Nosotros no pensamos en el mañana. Lo que nos preocupa es sólo el ahora. Por lo menos mientras nos va bien. Prueba de ello son todos los préstamos que se pedían: para pagar nuestra casa, para pagar nuestro coche, para abrir un negocio… Estas eran cosas habituales. Pero claro, viendo tanta bonanza, y no capítulos de la serie precisamente, con tanto dinero fluyendo alrededor, conscientes de que el banco daba fácilmente el dinero (porque eso era lo que pensábamos: no que nos lo prestaba, como bien dice la palabra préstamo, y luego teníamos que devolvérselo, no. ¡¡Pensábamos que nos lo daba!!), que firmaban acuerdos sin apenas poner trabas, cuando nos dimos cuenta de que nos daban la mano, cogimos el brazo, y fue cuando empezaron a darse situaciones surrealistas en las oficinas de los directores de los bancos y las cajas. Llegaba gente pidiendo préstamos para irse de viaje, para una segunda o tercera casa, para un segundo o tercer coche, para comprar joyas, para tener los mejores y más flamantes electrodomésticos en casa... O empresarios municipales, salivando de pura codicia, creyéndose a cargo de multinacionales, pidieron mucho más de lo que necesitaban, sin pensar si podrían devolverlo. O ayuntamientos jugando a ser ricos, pidiendo porque sabía que les sería concedido todo, y pensaban que debían estar ganando y malgastando dinero y no dedicándose al bienestar de los ciudadanos que tenían a su cargo. Véanse comidas a lo grande de equipos de gobierno, fastuosas recepciones, pregones de fiestas con el más mediático de los personajes, notables ayudas a organizaciones (tras las que se aseguran los votos de éstas y poder seguir en el poder). La burbujita de pedir se inflaba, pero la de dar no. Hasta que explotó.

Ahora bancos en quiebra, banqueros y políticos retirados a sus aposentos con maletines rebosantes en ambas manos, empresarios que despiden a sus trabajadores y encima no les pagan, ayuntamientos en quiebra que deben dinero cuantificado en números de dos, tres, cuatro o más cifras de millones, dramas en las familias porque no pueden cumplir con su propia palabra de devolver el dinero que pidieron, o que son desahuciadas, es lo que abre los telediarios y sale en portada en los periódicos, con nuestro correspondiente malestar al enterarnos. Es entonces cuando les dedicamos nuestro mejor castellano, y sinvergüenza es lo más suave que decimos, y una vez desahogados, pensamos que ya no podemos hacer nada más. Lo que hacemos es lo que económicamente podemos hacer, que es contenernos, o practicar la tan de moda austeridad. Pero sólo porque no podemos llevar nuestra vida de antes. Quizá por eso nos duele tanto que alguien salga con dinero, porque somos tan envidiosos que cuando nos iba bien a nadie le preocupaba tanto que el banquero o el político fuera rico (siempre lo han sido, por eso se dedican a eso), pero ahora que nuestra saca esta vacía, que repartan, que no tenemos.

Yo sólo espero que aprendamos de nuestros propios errores, y que la codicia no pueda con nuestro raciocinio, que practiquemos la austeridad sin esperar a que nos sea impuesta, que no busquemos la felicidad en los bancos, porque precisamente allí es donde se hipotecan nuestros sueños, y con ellos nuestras vidas. Y es que a todos nos gusta la sensación de ser ricos. Y creemos que ésta se encuentra en nuestra cuenta corriente, hasta que caemos en la cuenta de que no. Entonces echamos cuentas, y se las pedimos a los que hacen las cuentas. Pero claro, ahora ellos no echan cuenta con nosotros, y cierran o congelan nuestras cuentas, dando buena cuenta de nosotros. Es cuando nos damos cuenta de que hemos hecho muchas cuentas, y que tenemos que buscar la felicidad en otro lado. Y eso corre por nuestra cuenta. A ver si así nos salen las cuentas. Porque como dice el poeta, “ay quién diga Don Dinero / poderoso caballero; / caballero y poderoso es de verdad / el que tiene libertad”.