"tremenda, la vida
te hará enseguida,
a base de palos,
un hombre malo,
un hombre bueno.
Los buenos perdonamos,
los malos pierden menos"
Juan Carlos Aragón
Si algo me dice la experiencia es que no se puede ser bueno
con los demás. Te toman por tonto, se aprovechan de ti, y sólo necesitarán de
ti que hagas algo por ellos. Si tienes intención de ser algo más que su amigo,
no sirve de nada ser bueno con una chica, pues en el momento en que vea un
simple atisbo de bondad, ella lo asociará con amistad, y una vez cruzado el
umbral, ya nunca jamás se vuelve atrás. El viejo cliché de que las chicas
prefieren al chico duro, aquél que no las trata del todo bien, el chulo, el
insoportable, el pasota, no lo es tanto, pues es una realidad. A pesar de que
juren y perjuren que buscan a un chico bueno, que les haga reír, que les sea
fiel y que estén pendientes de ellas, a la hora de la verdad, es mentira. Ellas
quieren estar con el chico malo y soñar que él cambiará por ellas. ¡Incluso que serán ellas quienes lo harán cambiar! Sin embargo, en el fondo saben
perfectamente que el final de la historia será que él desaparecerá sin dejar
rastro ni razón, pero eso a ellas les da igual. Habrán intentado cambiar al
chico malo. Tras esto dicen que su corazón ha sido maltratado, y es
cuando afirman querer encontrar al chico bueno. Pero, incomprensiblemente, acaban de nuevo con
el malo. Y el chico bueno, que hace todo lo que puede y más, sacrificándose porque simplemente
busca encontrar la felicidad de esa chica, al final comprueba que ha estado perdiendo el
tiempo, y la tarta de sus ilusiones acaba estampada en su propia cara.
Al bueno nunca se le perdonará un error, una equivocación,
una maldad. Precisamente por eso, porque es bueno. Todo lo que haga ha de ser
bueno, sin deslices de ningún tipo. Y en cuanto comete uno, se le dan palos
hasta acabar con él. En cambio, al malo, al pícaro, al que no piensa en los
demás, al egoísta, se le perdona todo lo que haga. No importa cuántas cosas
malas haga, porque siempre será perdonado. Juega con la bondad de los otros,
y, como se ha dicho anteriormente, se aprovecha de ella, haciendo y deshaciendo
a su antojo, sin reparar en los sentimientos de los demás. Con un simple
“perdóname” lo quieren arreglan todo. ¡Y vaya si queda arreglado! Pero es un perdón vano y vacío para él, porque a la más mínima ya
está cometiendo otra fechoría, a sabiendas de que aunque será juzgados nunca
será condenado, y sí siempre absuelto.
El bueno siempre sufrirá, porque se preocupa por los demás, haciendo de la felicidad a su alrededor la suya. Él es feliz haciendo feliz a
los demás. Hasta cierto punto, pues también el bueno necesita sentir que
alguien le procure felicidad. Pero sin duda alguna, de manera mucho menos
egoísta que el malo. El malo piensa en su felicidad, cueste lo que cueste, y
sea cuando sea, sin pensar en los demás. Y si se parase a pensar en ellos, en
el mismo instante se los pasaría por los mismísimos.
Todos sabríamos dar ejemplos, y por supuesto, nombres, pues
todos tenemos conocidos. Y aunque suene imposible, también amigos. Ellos, los
malos, seguirán con su mismo comportamiento, porque saben que los buenos
siempre estarán ahí, a su disposición, dispuestos a hacer cualquier cosa. “Lo
llamo a él, que seguro que lo hace”. El malo siempre encuentra a gente que esté
dispuesta a ayudarlo, y además, dada la naturaleza del bueno, con gusto. El bueno siempre ha de estar preparado para alguien. Pero cuando necesita a alguien, nadie está preparado para él.
Mientras el malo es feliz, no se acuerda de nadie más que de
sí mismo. Mientras el bueno es recordado por todos él es feliz. Cuando el malo
está triste, tiene la compasión y la ayuda de todos. Cuando el bueno está
triste no encuentra consuelo ni ayuda, pues, al no acordarse nadie de él, ni
siquiera saben cómo está.
Y no es que uno sea bueno y haga feliz a los demás. Y no es que uno sea malo y sea egoísta. Es al revés. Lo que hacemos nos define. Por eso, es curioso que queramos bondad pero cuando la encontramos la
despreciamos. Así va el amor. Así va el mundo.